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Llamada así porque... espera, no te lo voy a decir, se sabrá en el final, quizás. Es una historia algo extraña mezclada con sueños que a lo largo del tiempo van cogiendo su significado. La protagonista es Helen Miller una bibliotecaria a medias que quiere publicar un libro. El libro trata de sus sueños, que a lo largo de su vida, cobran sentido. Con la ayuda de Derek rea... anda lee la historia, hazme un favor ^^

viernes, 23 de diciembre de 2011

Capítulo 13 - Fuego en los ojos



Me desperté, agarrotada por dormir con la ropa puesta. Me dolía bastante la espalda así que me levanté y me estiré todo lo que pude.

Que sueño más raro.

- Espero que no tenga nada que ver con Elaine…

Es cierto que soñé con vestiditos y plastidecores, ¿eso tenía algo que ver con la sobrina de Derek? No lo sabía y eso me asustaba. “Quizás sería la típica hijita de papá”, me decía, “no puede ser, Derek no es así, seguramente ella tampoco”.

Eran las ocho y cinco de la mañana, aunque estaba pasada la cortina, podía ver como aun no tocaba el sol en la ventana.

No sabía qué hacer, si escribirlo o no. Pero qué tontería más tonta, que sueño más tonto,… de todas formas, lo apunté en mi libreta de sueños.

Tenía una libretita de media hoja, es decir, del tamaño de la mitad de un folio normal, (nunca me supe las medidas y tamaños de los folios pero aun así la gente me entiende). Era de tapa dura y de color naranja, con un corazón rosa en el medio. En ella, habían escritos sueños de los cuales nunca llegué a entender, alguna vez quizás los podía unir a algo, pero nunca me dio la completa confianza de que los sueños tuvieran esa relación.

Escribí de forma muy resumida y esquemática mi sueño, las palabras más mencionadas eran “plastidecores”, “vestidos”, “niñas”,… y la menos mencionada puedo decir que era “teletransportarme”. Lo cierto era, que dudaba de enseñárselo a Derek. Seguramente, iba a reírse en mi cara porque lo relacionaría con Elaine.

Decidí no hacerlo. No quería estropear el día y sentirme avergonzada durante un buen tiempo. Estaba segura de que Elaine no sería así, ni tampoco su madre, Carolina.
Al acabar de escribir el resumen mal hecho a causa de la situación y la hora, me fui a darme una buena ducha.

Entonces, me di cuenta que aun llevaba la ropa del día anterior.

- Cielos… y me había sentado en el suelo entre los arbustos.

Me quité la ropa, empezando por los zapatos y lo dejé todo en el suelo. Tras prepararme la ropa para después, entré en el baño.

La verdad, de pequeña no me gustaba entrar en la bañera, siempre me escondía de mi madre, pero, una vez dentro del agua, no quería salir para nada. El agua caliente me enamoraba, por así decirlo. Tan calentita y si salías te helabas de frío.

Al acabar me envolví con una toalla y me sequé el cabello, que por cierto, era una gran molestia tenerlo largo.

Esta vez, me vestí bien, a mi gusto claro. Un vestido que me encantaba, con tonos beis y una chaquetita de color azul claro. No sé si me quedaba bien o no, aun así, al maniquí de la tienda le quedaba perfecto y a mí me encantaba. En cuanto a los zapatos… me gustaban mucho los tacones, pero raras veces los llevaba. No sabía andar con tanta altura y además, era algo torpe, pero tengo que decir que son muy bonitos. Me puse unos zapatos planos a juego con el vestido, unas ballerinas más bien.

Desayuné un vaso de leche con galletas sabor a chocolate. No me iba la idea de comer algo salado por las mañanas, para mí, el salado era más para picar, además, me encantaba el chocolate sobre todo con leche.

Acabé sobre las diez, aun quedaban dos horas y tenía que buscar algún regalo para Elaine. Quería caerle bien y sobre todo quedar bien con Derek. Ya había hecho demasiado el ridículo: había llegado tarde, me pagó el desayuno, me recogió después de la discusión con Alan y me había invitado a su casa esa misma mañana.

Pensé en ir a mi casa, bueno, la de actualmente de mis padres y que hace unos años atrás aun residía ahí. En mi habitación, dentro del baúl, aun guardaba las muñecas que más me gustaban cuando era pequeña. Esa idea no me acababa de convencer, ir a casa de mis padres no era algo que me encantase, al contrario, intentaba evitarlo.

Fui a la tienda de juguetes más cercana con el coche, todos los establecimientos estaban abiertos porque se acercaba la navidad. Había de todo, lo que más resaltaba eran los grandes peluches de toda clase de animales cucos, entre ellos, el más venido era el pingüino. Pero yo no quería un peluche para Elaine, quería una muñeca.

Salí de la tienda con una muñeca vestida de gala envuelta en una caja de regalo. Nada de plastidecores y material escolar.

Me dirigí a mi coche mientras miraba en el suelo y tras levantar la vista me encontré con alguien que no quería ver.

Compartimos las miradas, tenía una mirada triste y yo le lancé una mirada punzante para que sufriera más. Esbozó una cara de dolor, intento aguantar y cuando no pudo más, con los ojos algo húmedos miró al suelo.

Continué mirándole hasta llegar delante de él de pie. Se me hizo un nudo en la garganta y no supe mencionar ninguna palabra, se me olvidó el abecedario, todas las palabras existentes de mi mente.

- Buenos días.
- Hola. – Mi voz sonó algo rara, pero mantuve la compostura y me hice la fuerte cuando en realidad podían herirme fácilmente. – ¿Qué haces aquí?
- Iba a buscarte, vi aquí tu coche y aquí me quedé.

Mire hacia su lado, si es verdad que en toda la acera había coches aparcados, pero justamente a su lado estaba el mío. Sabía que siempre usaba el coche, sabía que iría a por él y me arrepentí de tener coche.

- ¿Qué quieres?
- Hablar contigo, por favor, escúchame.

Se puso delante de la puerta, sin dejarme paso para entrar en el coche.

- No quiero hablar contigo.



Detesté su voz, la odié. Mi intensa rabia se apoderaba de mí, el amor que sentía por ese chico hace días, se había convertido en completo odio en minutos.

- No aquí, no puedo ahora. Podemos ir a otro sitio si quieres, pero dejemos las cosas claras.

Tuve que aceptar aunque no quisiera, sí que ya le había soltado todo lo que pensaba, o casi todo, pero él aun conservaba algunos de mis objetos.

- El sábado que viene por la tarde me pasaré por tu casa, apártate por favor, tengo prisa.
- Hola Helen, ya estoy.

Me giré hacia la voz. Ella, de nuevo. Acababa de salir de un restaurante de comida china que estaba a unos 10 pasos de mi coche, ya que llevaba una bolsa de plástico que la mano, que ponía lo mismo que en ese cartel. No me esperaba por haber visto mi coche, la esperaba a ella.

Volví a mirarle con más rabia. ¿Lo hacía adrede?, ¿La había traído para darme rabia?

- Irina se quedará unos días más por aquí.
- Que alegría. Que os divirtáis.

Le aparté del medio y puse la bolsa con la caja en el asiento de atrás, subí al coche cerrando de un portazo y me fui rápidamente, dejándolos en un silencio incómodo.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Capítulo 12 - Plastidecores



- ¡¿Cómo puedo salir de aquí?!

Después de abandonar el restaurante de la boda me vi encerrada en una especie de servicio público de mujeres, o más bien de niñas.
- Piensa un poco.

Una mujer de la cual no recuerdo ni tampoco sé si estaba presente en ese momento, me daba pistas para salir de ese agobiante sitio.

- ¡¿Cómo paso al siguiente nivel?!
- Pregunta a las niñas, quizás sepan algo.

Tenía que conseguir pasar a otro nivel, no era muy bien un “nivel” era más bien otro mundo, quería teletransportarme, pero no sabía cómo hacerlo.
Abrí las puertas de cada servicio, en cada una de ellas, había una niña diferente sentada en el váter, con un vestidito.

Llevaban colores, plastidecores en las manos.

- ¿Puedes dejármelos un momento?
- Toma, pero solo un rato.

Todas las niñas aceptaban y me daban sus colorines, pero siempre con la condición de ser devueltos.

- ¿Y qué hago con esto? ¿Cómo puedo salir con esto?

Dibujé cosas en la puerta sin pomo. La verdad, sabía que había entrado allí por una puerta, pero no sabía salir, ya que no había puerta existente.

Cogí un plastidecor verde oscuro y dibujé un pomo, pero no funcionaba. Dibujé un candado a su alrededor y acto seguido su clave, de forma que pareciera que se había descifrado, pero nada.

Las niñas salían de los pequeños compartimientos para quejarse. Tenían una edad de seis años más o menos y cada una llevaba un vestido diferente, en cuanto al color y el estampado, pero igual en la forma. Algunas llevaban lacitos en la cabeza, otras diademas y las restantes algún que otro moñito o una coleta.

Me cuesta reconocerlo, pero yo también iba vestida así. Llevaba un vestidito de niña de la antigua y en la cabeza una especie de lazo. Alicia la del país de las maravillas me recordaba a mi misma en aquellos momentos.

Venían hacia mi todas. Reclamaban sus colores, los querían, pero yo los necesitaba.

- ¡Devuélveme los colores!
- ¡Sí, ya los has tenido bastante!
- ¡Quiero mis plastidecores!
- Un momentito chicas, un momento por favor.

Iba estresada, las niñas no dejaban que me concentrase en salir de allí, esta vez tenía el tiempo limitado. Si se enfadaban mucho… no se qué harían, pero solo sé que no era bueno.

- ¡Esto no funciona! ¡No puedo salir!
- Quizás no puedas salir escribiendo en la puerta, escribe en otro sitio.
- ¿Y dónde escribo? ¿Qué más da eso?
- ¡Es mío!
- ¡Yo te dejé cuatro! 

De repente me odié a mí misma, a esa vocecita de esa mujer que oía y a todas las niñas que se habían unido para hundirme.

- Escribe en la encimera, quiero decir, allí donde está la pica y el espejo.

Aunque tan solo había unos pasos hacia allí, lo hice corriendo.

- ¡¿Y qué escribo?!
- Devuélveme mis plastidecores.
- Ya voy, tranquila bonita, te los devuelvo en seguida.
- Puedes escribir… que quieres salir, por ejemplo.

No sé por qué, pero me tragaba todo lo que me decía esa mujer. Escribí “quiero salir” muchas veces con el color naranja en la encimera.

- ¡No funciona, sigo aquí!
- ¿Y quién ha dicho que tengas que escribir con el plastidecor así?
- ¿A qué te refieres?
- ¿Sabes fundir un plastidecor?

Esa pregunta me hizo pensar, pero el tiempo se me acababa ¿Fundir un plastidecor? Si esas niñas me veían destrozar sus colores… se les acabaría la paciencia. Así que pensé, si lo que decía esa mujer era cierto, desaparecería de esa habitación y las niñas no podrían enfadarse conmigo.

Quité el plástico que aun quedaba en el color naranja y me acerqué al secador de manos, ese aparato eléctrico que tira aire caliente para secarte las manos.

- Sé que, las ceras de colores se funden si las pasas por aire caliente.
- Muy bien, inténtalo.

Apreté el botón para que se encendiera el secador de manos y puse debajo el plastidecor naranja. Éste, se fundió en mis manos.

- ¿Y ahora qué hago?
- Escribe con este plastidecor.
- ¡Eh! Has fundido mi color naranja.

Me puse un poco de color naranja en el dedo (es decir, plastidecor naranja fundido) y escribí “quiero salir” con mi propio dedo en la encimera.

Las niñas venían a tirarme de los pelos, furiosas, pero desaparecí en ese mismo instante.